jueves, 25 de noviembre de 2010

Retrocesión unánime




9: 47 AM


Sería un desperdicio obviar el ilusorio momento en que Selva (la abuelita de Comodín) hace una breve pausa en el vacío caserón, para dejar el planchado, y acercarse a la ventana que da al diminuto y hojoso patiecito otoñal; Corre la cortina, y en esta ocasión juega y fabula con los contraluces, y el reflejo de sus grasosos cristales le dejan ver a una hermosa anciana madre primeriza, acariciando su panza “seismesina”, que crece como un cactus en el árido desierto.

Y ahora para ella, no existe mayor deleite que abrazar su vientre e imaginar cómo sería su pequeña ropa, sus baberos, los ágiles sonajeros, las posibles canciones de cuna que ella precariamente entonaría; el pequeño y abigarrado velador móvil, y hasta el uniforme que llevaría al jardín de cuatro.

Mientras ocurría esta extraña secuencia, (en una sideral y antagónica concepción), un pajarito aterrizó en el pequeño patio otoñal del caserón, sin mayor interés que el de rapiñar unas migajas de pan duro. En el interín de su fugaz “fast food” logra divisar detrás de la mugrienta ventana, a una arruinada mujer mayor, tomándose su natural y raquítica panza y en un vistazo un poco más agudo al interior de la casa, alcanza a ver cómo en un complicado plano, dos pequeños y luminosos espectros juegan con el cordón umbilical de su anciana y eterna madre.

… en consecuencia, todo vuelve a la monótona realidad cuando las pupilas de Selva y las del plumífero, hacen foco y regresan al lugar de partida.

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