La leyenda que se extendía a lo largo de la pared del baldío decía:
“Mamá, si por esas noches que tengo que escapar y el espesor de la oscuridad no te deja ver mis ágiles pies; y la hemorragia de mi mente goteando de pronto muy veloz y muy rojiza sobre mis ojos y mis brazos…
Si por esas noches sordas en las que, el alma desdobla todo lo que anhela, lo embala en un rincón del corazón y juega a latir, y ocurre que late… también se desdobla en latidos, e intenta inútilmente olvidar;
Y ocurre que fracasa… pero sólo se puede recordar y recordarte (esa es mi única fortuna)
Si aquellas amargas madrugadas puedes recordar que me olvidaste unos segundos, ahora, con mi trémula voz y estas anudadas palabras, te pido que en mi incierto regreso no coloques seguro a las puertas de nuestro barrio… No quiero tener que volver a treparme y entrar por el techo de mi patria otra vez”.
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