jueves, 25 de noviembre de 2010

Encomienda a uno mismo



(…) “No pretendo que la alegría no

pueda asociarse con la belleza;

pero digo que la alegría

es uno de los

ornamentos más vulgares, mientras

que la melancolía es, por

así decirlo, su ilustre compañera”...


Charles Baudelaire


Llega el momento en que el pequeño Comodín debe enviar una encomienda a sus parientes de Gambawa, procurando precisa e íntegramente que llegue a destino a la hora indicada.

El propósito de este paquete sería que sus lejanos parientes y amigos sepan de su vida, y conozcan de su precipitado exilio con Transeúnte y su familia. Su intención es que su gente sepa de sus clases de teatro, de sus nuevos amigos, - los de la embotelladora, esos que casi siempre lo salvan los viernes cuando da la noche por pérdida-

También de su austera, pero profusa cantidad de bienes adquiridos; de la pensión en la que alquilan, aquella acondicionada con elegantes puertas de lona y picaportes de herrumbrado alambre. Su precario palacete está equipado con un valioso juego de jarritos de té que adquirió recientemente, -y que estéticamente para él está bellamente saltado por todas partes-.

Contarles del canal vertiginoso camino a la embotelladora, aquel canal que todas las mañanas, bien temprano en su cauce deja ver frutas y verduras echadas a perder, bolsas de plástico, latas de picadillos, y si tiene suerte, algún animalito muerto.

Los empedrados y las siestas largas de mochila, cargado de amuletos y sahumerios para revender en el viaje.

“Me gustaría enviarles a mi gente postales perfumadas con mis nuevas fragancias; para ser más preciso, los aromas de esto extraños tiempos licuefactos, los que día a día me encausan y me digieren furtivamente… mis arbitrarios tiempos no-predilectos.

“Que deleite es desprenderse de algo preciado no? y en un ida y vuelta verlo reflejado en otras señales, otros signos, otras respuestas; diversas manifestaciones de vida, de secuencias laberínticas, de causalidades.

Ya casi no nos molesta la soledad (…)

6:58 AM. Comodín va hacia la puerta de calle y saca su valiosa encomienda, -la cual mantiene un olor putrefacto - colocándola esta vez en el basureo de su vereda.

Quince minutos más tarde, él y su abuela aprecian desde la ventana de su cuchitril como la encomienda es enviada a la hora indicada y de manera tan sencilla como un mensaje de texto.


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