jueves, 25 de noviembre de 2010

Paráfrasis



Estamos acostumbrados a ser transeúntes conservando nuestro anonimato, seguros en nuestro sin nombre, casi por conducta gregaria. Aquí se nos muestra e identifica, este espacio es de nuestro amigo autor, pero todos deambulamos por aquí; pues de todas las miserias que soportamos, la de estar al margen observando los sistemas es la más exaltada en el Cuaderno, donde los miserables pasan a ser personajes centrales del relato.

Es cierto, la ironía besa la pluma de su muñeca, también es cierto que deja “al sereno” y por encima de su zaranda simbólicos y humeantes mensajes sobre nuestras creencias. Ahí es donde la herida del león sangra porque no puede cicatrizar, púes Pablo no deja ni su lanza, ni su flecha, ni su estaca, ahí donde más duele: va, quizá en los silencios de los sistemas donde vivimos “arrutinados” haciendo lo que creemos por convicciones extrañas, externas; es donde nuestro amigo el autor, (imitando a Paris) le lanza la flecha envenenada a Aquiles.

Mariano Bruno Araya



Apunte nocturno







13 de mayo


“Que bueno que existan las paredes, lo triste es que a veces tenemos por costumbre construir más de las que son necesarias”


Solo, como un transeúnte, cuya única necesidad es la de viajar, transitar, caminar, leer notas en los tranvías, asociar publicidades; ver parpadear biliares y callosas luces desde el suelo, socavando en la ictericia revolución del “siempre”, y en la tremenda revelación del “nunca”. Y entonces viajar. Ver envejecer noches y momentos. Contemplar cómo se diluyen las lágrimas en perfectos signos urbanos, en miserables manifestaciones que completen un, o ese párrafo inconcluso, que advierta el universo de lo suspensivo, que comarquen futuros niños gigantes de latón prolijamente repujado…







Graffiti Callejero 1


La leyenda que se extendía a lo largo de la pared del baldío decía:

Mamá, si por esas noches que tengo que escapar y el espesor de la oscuridad no te deja ver mis ágiles pies; y la hemorragia de mi mente goteando de pronto muy veloz y muy rojiza sobre mis ojos y mis brazos…

Si por esas noches sordas en las que, el alma desdobla todo lo que anhela, lo embala en un rincón del corazón y juega a latir, y ocurre que late… también se desdobla en latidos, e intenta inútilmente olvidar;

Y ocurre que fracasa… pero sólo se puede recordar y recordarte (esa es mi única fortuna)

Si aquellas amargas madrugadas puedes recordar que me olvidaste unos segundos, ahora, con mi trémula voz y estas anudadas palabras, te pido que en mi incierto regreso no coloques seguro a las puertas de nuestro barrio… No quiero tener que volver a treparme y entrar por el techo de mi patria otra vez”.

22 de febrero- 7: 24 PM


El transeúnte, luego de autoexiliarse de su país Musitaria, y dejar atrás las juergas y la inexorable y bohemia vida nocturna; trepa unos peldaños del “cine” de su nuevo y tiznado barrio, acompañado por su hijo comodín.

A segundos de acomodarse en su butaca, histéricamente se incorpora seguramente porque no alcanzaba a leer con claridad los subtítulos y tampoco entendía muy bien el idioma. Dibuja una sonrisa torpe acompañada de un gesto para llamar la atención del vendedor de pochochos (por un momento pone fin a la luz de su autocine), recuerda su ciudad una vez más, convence a su Comodín y consiguen instalarse en las primeras butacas.

Durante la película usa de blanco la cabeza de una anciana sentada delante de él, disparándole gran cantidad de palomitas de maíz, y habilidosamente guarda el recaudo de no ser descubierto.

Luego de tantas ridiculeces, ninguno de los dos encuentra el bálsamo indicado para aliviar sus crónicas tristezas… ninguno puede dejar de mirar hacia atrás, como esperando reencontrarse con algo, o con alguien.

El final de la película los encuentra desparramados en sus butacas, llenos de papeles de golosinas y bolsitas, con las manos y las bocas pegoteadas de almíbar y miguitas. Un mirar de regocijo y una sonrisa infinita; jugando a escuchar los ruiditos de sus indómitas y olvidadas tripas (producto de no haber comido en casi dos días); y, en sus propias lecturas quirománticas, interpretan el film y logran extraer su argumento.

Ya no necesitan leer el subtitulado…

… ahora, la película toma sentido. The End-

Hoja en Blanco






Esta hoja fue salteada accidentalmente por el transeúnte, de haber sido sorprendido repentinamente por la historia siguiente.

Decidió dejarla así para evitar ser desprolijo, o generar confusiones en su cuaderno. Nunca supo la razón porqué, pero le agradaba que esa hoja se mantuviera en blanco.

Un buen día Su psicóloga intentó interpretar su cuaderno, para poder dar el diagnóstico apropiado.

La analista buscó la hoja en blanco de su vida, que, sorpresivamente resultó ser la época de su niñez.

Esa hoja en blanco representaba el vacío que el transeúnte sentía desde aquel seis de enero, cuando los reyes magos -su madrina Isadora- le dejaron a su hermano un atari con dos jostics y a él simplemente una bolsa con soldaditos, palmeras y trincheritas,

(esos verdes y de plástico duro). Isadora alegó, de mala gana, que el transeúnte dejó menos agua y pasto para los reyes...

Luego de un monólogo de 30 minutos, y de un voluptuoso ovillo de vacuas conjeturas, la psicóloga, sólo consiguió que el transeúnte baje la mirada la vuelva a levantar con desgano, mire el reloj de pared, se rasque la nuca y se retire sin saludar.


Graffiti callejero 2


Graffiti que el transeúnte copió de una enorme pared en su querido cuaderno, luego de estremecerse al leerlo.

“Para nosotros, los de la irrelevante actuación, los de largas, lentas y becacinas horas de naranjas en las acequias, los no partidarios del exilio; los de los estigmas en forma de corazón tatuados en la piel.

Nosotros –

Los mismos del escamoteo en las peatonales a cambio de una sonrisa para ganar la propia nada más

Sí, aquellos, los empavesadores de plazas con paños cubiertos de maravillas artesanales.

Para –todos- Estos hombres, mis hombres, nosotros, los inexorables patriotas del visaje sin brillo y hasta casi privatizado.”

Allanamiento mental de casa


Lunes 4 de octubre


Invierte su valioso tiempo en crear y poner de manifiesto lo que su sabio abuelo Alucinio llamaba: “el allanamiento mental de casa”.

Comienza por buscar la maceta, y primero aparece la llave montada en uno de los sillones de cuerina Se prepara para beber café; segundos antes de su ingesta siente acidez.

Se precipita al corredor, enciende las luces e inmediatamente lo invade una aguda somnolencia, imposta el primer bostezo y en su profunda modorra, sueña que comienza el día; bosteza, se despereza, se dirige hacia el corredor, apaga las luces que quedaron encendidas la noche anterior. Va hacia la cocina y prepara café que beberá mientras busca la llave de la cancel. La encuentra camuflada arriba del antiguo sillón de cuerina negro, mira la maceta del living y eso, indefectiblemente, le aporta una gran seguridad.

Toma su automóvil y escapa del típico allanamiento hacia su trabajo.

A media mañana una gran preocupación lo malhumora, pero paradójicamente se siente bien, descansado y sin sus fuertes golpes de acidez estomacal ocasionados por el café.

Ahora, casi en el tapete de su desconcierto, consigue el permiso de su jefe y corre a la biblioteca pública a buscar información de su reloj biológico.

-El día terminó-.