No recuerdo bien si sucedía en las siestas o al mediodía, aunque, después de todo, eso no sería tan importante en este relato.
Lo cierto es que en una época de mi vida, me obsesionaba la actividad de atrapar furtivamente bichos, para luego colocarlos en una agujereada caja de cartón de galletitas, o de alguna otra golosina. Así contemplaba durante horas estos insectos, sumido en ese mundillo noble, pero frágil y aletargado; tratando de entender y apreciar cada uno de sus comportamientos, sus movimientos y los temibles ataques.
Me fascinaba ver cómo las arañas se comían lentamente a las mariposas y a las abejas, las juanitas luchaban horas enteras con los cascarudos, como si fuesen furiosos guerreros de pesadas armaduras y filosas armas, las lagartijas se arrinconaban en las esquinas y quedaban paralizaban (muertas de miedo); los bichos bolita se protegían encogiéndose hasta quedar redonditos, como ignorando todo a su alrededor, mientras que los caracoles se refugiaban en sus caparazones, simulando ser piedras de otro ecosistema (…)
Llegaba todos los medios días a casa con algunos bichitos nuevos, en una bolsa de maíz inflado, los colocaba junto a los demás, y tapaba velozmente la caja para que ninguno se tentase de escapar. Almorzaba apurado, y casi de pie, para luego continuar observando el extraño pero divertido parque, de estas particulares alimañas.
Un buen día, cuando casi todas estas criaturas habían muerto, mi primita Lucy llego a casa. Ella, traía en sus manos algo así como un palito de helado, el cual tenía unas rayitas rojizas en forma horizontal, y que, si mal no recuerdo, eran dos.
Apenas entró, Lucy se encerró con Selva en el baño. Luego comenzaron a escucharse llantos y gritos.
No entendía muy bien lo que estaba ocurriendo, por eso busqué a mamá para que me lo explicara, pero ella acababa de salir rumbo a una reunión con su grupo de la parroquia; entré a la habitación de papá, pero fue en vano, porque estaba jugando a su juego favorito de “Family Gamme”, dijo que hasta que no pasara al siguiente “stage”, no iba escucharme.
A la media hora, llegaron mis tíos Claudia y Augusto -los papás de Lucy-.Entraron al baño, y sin pedir explicaciones, comenzaron a golpear a mi primita, le dieron cachetazos por todos lados, tiraron bruscamente de su pelo ondulado y le dijeron entre otras terribles frases: “¡niñita rebelde, sabíamos que esto iba a terminar así!”.
Mi pequeña y precaria casa, que tan acogedora es para nosotros los transeúntes, ahora parecía un campo de batalla. Selva se interponía para cubrir algunos de los golpes que iban dirigidos a Lucy, pero mi tía golpeó a ella también. “¡Vos no te metas vieja encubridora!”, decía, mientras repartía sopapos como dos luchadores de sumo.
En ese momento llego mamá, que ya se había enterado del escándalo en el barrio, defendió a Selva y también golpeó a Claudia, que ya había enloquecido por completo.
Papá seguía recluido en su habitación, como si nada estuviera pasando, masticando y masticando pelotitas con el voraz e imparable Pac- Man.
Finalmente Augusto y Claudia se llevaron a Lucy casi a la rastra. Selva se arrinconó en una silla frotándose los ojos, miró a su costado, y mamá estaba sentada viendo la novela, como si nunca hubiese estado en casa, como si nada hubiese verdaderamente pasado.
El living estaba todo revuelto, casi no había aire que respirar (aunque las ventanas y la puerta estaban abiertas de par en par) podía percibir una incalculable pesadez en el ambiente, que me empujaba hacia fuera y me revolvía el estomago; yo seguía pasmado por no entender en absoluto lo que había ocurrido…
El techo está bien! – pensé.
Subí por la escalera, ahora tenía una óptica más amplia y atinada del lugar, aunque aún no comprendía lo que había pasado, sentía pena, no sé por qué.
Noté que mi casa, no solamente era un rectángulo pequeño, con puertas, ventanas y escasos muebles prestados; sino que realmente sentí que era aún más, y también menos que eso. Paralelamente, pensé en mis bichitos, aquellos que me obsesionaban día a día; verlos combatir, morir y vivir en su obsecuencia, depositados en un lugar que ellos no eligieron, sometidos a condiciones desfavorables; quizás no debería haberlos encerrado.
En este momento, mi filosa gargantita sólo podía decirle a mi nuevo barrio, y al mundo entero si era necesario, que en mi “caja” de bichos y mi “casa” de familia, hay una sola letra que cambia el eje de intención, su realidad, y su todo; pero ambas encierran el mismo universo hostil, que pende de un hilo podrido casi en los dos extremos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario